El chavismo eligió la represión

Ni mediación, ni diálogo. Los ciudadanos y la oposición política decidieron volver a las calles para exigir la restitución del orden democrático, el respeto a la Asamblea Nacional, a los derechos humanos, la liberación de presos políticos y el establecimiento de un cronograma electoral. Aunque para muchos se trata de algo más radical: la salida de Nicolás Maduro de la presidencia. Los primeros días de abril –con las marchas del 4 y el 6- se encendieron los ánimos y el gobierno hizo lo de siempre: obstaculizar, criminalizar a los adversarios, cerrar las entradas a Caracas y responder con la fuerza policial

Por Naky Soto | @Naky

A pesar de haber afirmado en el pasado que le llamarían dictador y no le importaría, Nicolás Maduro no aguantó dos días de denuncias nacionales e internacionales sobre la ruptura del orden constitucional en Venezuela, para mandar a revertir las sentencias de la Sala Constitucional que terminaban de despojar a la Asamblea Nacional de sus poderes: con un diligente pero incompleto Consejo de Defensa de la Nación, a la medianoche de un viernes anunció que el problema estaba resuelto. La neolengua no le ayudó esta vez, porque reducir a un “impasse” el golpe de Estado al Poder Legislativo, no cambió la percepción sobre lo sustancial: en Venezuela no hay democracia.

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Opposition leader Henrique Capriles is overcome by tear gas during an opposition rally in Caracas, Venezuela April 6, 2017. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Vamos a la Asamblea

El chavismo repitió su protocolo contra las marchas opositoras, obstaculizando los accesos a Caracas, cerrando estaciones de Metro y cercando el municipio Libertador. Este último punto, tiene un valor simbólico y otro estratégico, que el opositor no tenga posibilidad de acercarse a las sedes de los poderes públicos y que la oposición siga siendo entendida como un asunto del este de Caracas. El despliegue de funcionarios durante las manifestaciones ha sido desproporcionado, por lo que no responde a su deber de mantener el orden público sino a la necesidad de vulnerar, con total impunidad, el derecho a la protesta, desestimulando al que asiste y permitiendo que quien no lo ha hecho, se cuestione su pertinencia.

Autoridades de la Policía Nacional Bolivariana y la Guardia Nacional se han declarado chavistas, en consecuencia, su acción responde antes a intereses partidistas que a razones de seguridad. No son ecuánimes ni honrados, pero además, decidieron abortar cualquier lección sobre el uso progresivo de la fuerza y arrancar cada acción de calle, como si en lugar de ciudadanos frente a sí tuviesen enemigos, cumpliendo la orden del vicepresidente del Psuv, Diosdado Cabello, quien además ha citado compulsivamente el Decreto de guerra a muerte de Simón Bolívar, las penas que merecen los traidores y la convicción de que ni con sangre podrá cambiarse el poder en Venezuela. Es el discurso de un sociópata, no de un líder.

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Implementos

Los grupos paramilitares del chavismo, como buenos mercenarios, ya no tienen los mismos incentivos para ayudar al Psuv, por eso su presencia ha sido modesta comparada con otras olas de protesta. Conocidos por el eufemismo de “colectivos”, han regresado pero sin estrategia, acosan un rato, lanzan unos disparos, roban a quienes pueden -con la notable inacción de las fuerzas de seguridad- y regresan a sus cuevas. Los mermados inventarios de la PNB y la GNB deben ser ahora la causa más importante para reactivar la producción de bombas lacrimógenas de CAVIM, esas que ni siquiera exhiben su fecha de producción, tanto menos la de vencimiento.

Los ciudadanos hemos recuperado, pasadas las batallas, centenares de cartuchos de diversos modelos, brasileñas y locales, con colorante y vencidas, en cartuchos de plástico o metal. Las tanquetas de agua son prácticamente una ironía en calle, pues en la mayoría de las zonas donde se han utilizado, el servicio de agua está restringido a horarios que se mantienen desde hace más de un año. Han sumado gas pimienta a sus recursos, con generosas nebulizaciones contra los manifestantes. Sobran pruebas de su descontrol, pero al chavismo le basta con decir que todo lo que han hecho es para preservar la paz, al igual que, quebrar al país se justifica con su nuevo modelo no rentista.

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Saña

Lo que han ejecutado los funcionarios no responde a la posibilidad de disuadir sino de acabar con las manifestaciones. Las lacrimógenas, el gas pimienta y las ballenas, solo envilecen la negación del derecho a protestar y llegar hasta la sede de un poder a exigir tus derechos, pero además, de querer un escenario distinto para la resolución del conflicto.

Un funcionario clave como el defensor del Pueblo, Tarek William Saab, ha tenido la posibilidad de acercarse hasta cualquiera de las manifestaciones y encarar el reclamo popular: que el Consejo Moral Republicano califique la falta grave cometida por los magistrados del TSJ. Pero se ha negado: por algo más de 100 organizaciones de derechos humanos exigen la renuncia. Su acción es una confirmación para el resto del mundo de que en Venezuela hay una dictadura y no hay instituciones, por eso los responsables de un delito de semejante envergadura no comparecen ante la justicia, pues con tachar un par de párrafos de sus últimas sentencias, respondiendo a una orden del Ejecutivo, se restituyó el orden constitucional.

El ministro de Interior, Justicia y Paz, Néstor Reverol, ha asegurado que los responsables de la violencia pagarán ante la justicia, pero eso no incluye a sus funcionarios, que en las manifestaciones del sábado, fueron capaces de lanzar lacrimógenas al interior de centros comerciales, edificios residenciales y hasta estaciones de bomberos.

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La versión del poder

El sistema de propaganda del chavismo ha utilizado la básica estrategia de denunciar lo que ejercen. Por eso han realizado sus propias manifestaciones denunciando golpes de Estado, bombardeos e invasiones, mientras celebran el golpe contra la Asamblea Nacional, intoxican a la ciudadanía con lacrimógenas y asumen competencias que no les corresponden.

Ha habido decenas de heridos por traumatismos, contusiones, impactos de perdigones, asfixia y quemaduras de segundo y tercer grado, pero también se ha incrementado la indignación, de ahí la necesidad de dispersar más rápido a los manifestantes, la épica del que resiste es terrible para una dictadura con semejantes debilidades, tan pocos -y frágiles- apoyos internacionales y el monitoreo -expresado en comunicados- de las naciones más comprometidas con la causa democrática.

Nicolás Maduro ha quebrado la economía hasta conducir al país a una severa crisis humanitaria, con una inflación desmedida, una escasez que lo alcanza todo y una recesión prolongada y sin embargo, el Presidente cuestiona la agresividad de las manifestaciones recientes ignorando la frontera que marca el hambre, prescindiendo de la desesperación como motor. La mentira más repetida del chavismo es que las protestas deben tener permiso, una versión local de su argumento ante la OEA: para hablar de las atrocidades que comete el gobierno de un país, ese gobierno debe estar de acuerdo. Lo que pretende aquí es que para protestar, necesitas la autorización de aquellos que originan tu protesta.

Los partes de guerra del chavismo justifican la violencia de Estado, imponen expedientes criminales a algunos de los manifestantes, han añadido campañas de odio contra otros en redes sociales -incluyendo la cuenta de la policía científica CICPC que expone fotografías de personas que protestan-, pero igual confiesan que los opositores somos “carne de cañón que va a emboscadas”, a los cañones que disparan ellos, a las emboscadas que ejecutan con vileza. El chavismo solo promete más represión, augurios de Kalashnikov para defender al país –lo dijo Freddy Bernal, funcionario y ex alcalde- y la admisión de que “el peo está prendido”, de acuerdo a la lectura de los acontecimientos que dio el varias veces ministro y ex vicepresidente Aristóbulo Istúriz. Violencia, el único terreno que les queda.

Saldos

El efecto masa siempre es arrollador y con bombas lacrimógenas se multiplica. Que la mayoría de los dirigentes de oposición estén asfixiándose con los ciudadanos, que hayan evitado algunas detenciones arbitrarias y hayan logrado reunirse en la calle a pesar de sus severas diferencias ideológicas, es un logro en sí mismo, una reconciliación con la causa cívica.

Ha habido decenas de heridos por traumatismos, contusiones, impactos de perdigones, asfixia y quemaduras de segundo y tercer grado, pero también se ha incrementado la indignación, de ahí la necesidad de dispersar más rápido a los manifestantes, la épica del que resiste es terrible para una dictadura con semejantes debilidades, tan pocos -y frágiles- apoyos internacionales y el monitoreo -expresado en comunicados- de las naciones más comprometidas con la causa democrática.

Aumenta la saña del Estado, pero también aumentan las razones y el compromiso de los manifestantes, máxime con el nivel de autocensura de los medios, que han ocultado la represión, haciéndose cómplices de unos crímenes que no prescriben. Supera la centena la cantidad de detenidos por manifestar, porque al chavismo no le basta con negar libertades fundamentales, sino que necesita la gestión de su versión, donde la represión es paz, los manifestantes somos terroristas, los líderes de oposición son homosexuales -un símil de cobardía para sus criterios- y su violencia es más legítima que los votos.

Lo que quiere Maduro

“Pido que se convoquen elecciones de gobernadores y alcaldes para derrotarlos de una buena vez”, dijo Nicolás Maduro con una virgen a su derecha y un Cristo a su izquierda. Tres días de protesta bastaron para que, antes de salir a La Habana a reunirse con los representantes de la única organización internacional que podría avalar sus designios, reiterara su condición dialógica y su deseo de votar.

Minutos después afirmó que las elecciones legislativas de 2015 estuvieron amañadas, que votar por una opción distinta al chavismo equivale a traición y que la traición es imperdonable para un hijo de Hugo Chávez, que antes que el bienestar hay que defender a la patria, que no importa el hambre sino la dignidad y la soberanía. Maduro quiere elecciones y supera su primer anuncio para 2018, precisando que deben ser las regionales, un escenario eficiente para comenzar a separar a la dirigencia opositora y a la propia ciudadanía que respondió rápido a su propuesta, separándose en quienes demandan el todo o nada y los que prefieren dar un paso a la vez.

Aun con estas condiciones, la oposición arrasaría a nivel nacional; el chavismo lo sabe, por eso Maduro lanza la oferta y se marcha, esperando el efecto adecuado.

Las protestas continúan. El fervor en la calle es distinto, el brío de la resistencia - aun sofocada- se demuestra en el tiempo de exposición a la represión. La mayoría espera que el concilio de la oposición trascienda la calle y geste un pacto capaz de amalgamar el país posible, el nuevo proyecto, que las diferencias alimenten la necesaria diversidad de una nueva república, concentrada en el rescate de sus instituciones y el restablecimiento de la paz.